Introducción:
Cuando se habla de piratas, por lo general la idea que se nos viene a todos a la mente es un hombre despiadado, de origen caucásico, a veces tuerto, o manco, o cojo, o todo a la vez, embarcado en un galeón, y atacando buques mercantes o enclaves caribeños. O en su defecto visualizamos a Jonny Deep con un peinado sobrecargado y andando como si llevara unas copas de más. En definitiva, piratas al estilo caribeño.
Pero la piratería es mucho más antigua y extensa. En el mediterráneo, tanto los fenicios, como los masaliotas o los cartagineses sufrieron el azote de la piratería. De hecho donde podía haber importantes rutas y puestos comerciales, era más que probable que aparecieran piratas.
Extremo Oriente no podía ser menos. En las costas de China, Corea y los distintos archipiélagos surgieron desde tiempos antiguos importantes enclaves comerciales y, a la par, rutas para unir dichos enclaves por mar. Como es de esperar, también aparecieron los piratas dispuestos a sacar tajada del negocio.
En estas costas podemos encontrar distintos tipos de piratas: chinos, filipinos, del sud-este asiático, etc. Entre ellos destacan los piratas wako, quienes sembraron el terror en las costas coreanas y chinas, principalmente.
La palabra wako, y su versión en coreano, waeko, se pueden traducir como bandidos de Japón, o como bandidos de oriente (Turnbull, 2007, p. 4). Si bien se usaba para referirse a los piratas procedentes de Japón, con el tiempo estas bandas wako incorporaran miembros de distintas procedencias, como chinos e incluso, parece ser, portugueses. En las primeras referencias a la piratería wako sí que se refería expresamente a japoneses, concretamente de las islas de Tsushima, pero más tarde haría referencia a piratas de gran cantidad de regiones. Algunos de ellos incluso establecían su base en Japón sin ser japoneses.
Durante el tiempo que duró el fenómeno wako hubo varias oleadas importantes de asaltos a las costas coreanas y chinas. Estas además coinciden con periodos de inestabilidad interna en Japón y la falta de poderes centrales, lo cual provocaba que en las zonas costeras pudieran surgir grupos de piratas o incluso que un pequeño señor de la región diera cobijo y tuviera trato con estas bandas de asaltantes.
Las consecuencias de estos ataques fueron variadas. En algunos casos los asaltantes tenían gran éxito y las autoridades coreanas o chinas (las principales regiones victimas de los ataques piratas) no podían hacer gran cosa. En otras ocasiones se producía una contundente respuesta que no solo implicaba el rechazo a los asaltantes, sino que también llegaba al punto de producirse un ataque directo a las bases de estos piratas. Ejemplo de esto sería la invasión Oei, de 1419, en que los coreanos atacaron Tsushima para poner fin a los ataques wako (Turnbull, 2007, p. 13). Tampoco se puede pasar por alto que a raíz de la piratería, las autoridades chinas llegaron a prohibir el comercio entre China y Japón en el año 1480 (Cabezas, 1995, p. 22). Este hecho sería muy bien aprovechado posteriormente por los portugueses.
Españoles contra Samuráis?
Recientemente el periódico ABC publicó un articulo titulado «El día que la Armada española derrotó a los samuráis japoneses» (http://www.abc.es/tecnologia/redes/20130814/abci-armada-espanola-samurais-japoneses-201308140841.html). Dicho artículo se puede resumir en cómo los marinos españoles derrotaron a los míticos samuráis en Cagayán, al punto de que los japoneses empezaron a considerar a los navegantes españoles como seres mágicos mitad pez mitad lagarto. En todo el articulo solo hay una referencia de dónde pueden haber sacado la información de este, como ellos tildan, desconocido suceso.
Este artículo no parece hacer mucho caso ni a las fuentes primarias ni al hecho de que ningún historiador español actual haya tratado el tema. En ningún caso las fuentes se refieren a estos piratas japoneses como samuráis, en todo caso se los llama corsarios. Deducir que todo guerrero de origen japonés era uno de esos casi sobrehumanos samuráis, es un craso error. Lo cierto es que sí es posible que entre los miembros de las expediciones wako pudiera haber presencia de algún samurái de verdad, o ronins, pero la situación interna del país, sumido en crueles guerras entre pequeños señores durante aproximadamente un siglo, hizo que Japón fuese una región poco segura donde era fácil perderlo todo, y como suele pasar en estos casos, mucha gente se daba al vandalismo y la piratería para sobrevivir o hacer fortuna. Tampoco hay que olvidar que por entonces los integrantes de las bandas de piratas wako no eran, en su mayoría, exclusivamente japoneses. Podía haber integrantes de la banda de distintas procedencias intentando hacer fortuna o huir de un destino poco agradable formando estas bandas y flotas piratas.
Los combates de Cagayán:
En el último tercio del siglo XVI, momento en que se establece la presencia de los españoles en Extremo Oriente, la piratería por esa región empezó a decaer debido a las nuevas políticas chinas y a los cambios que estaba experimentando Japón (Folch, 2006, p.268). Con todo, aún era posible encontrar grandes flotas piratas operando en la región. Un ejemplo sería el ataque del pirata chino Limahon a Manila en el año 1574, quien puso en serio aprieto a los españoles y casi tomó la ciudad.
Ya en los primeros años de la década de 1580, pocos años después de establecerse los hispanos en Luzón, hubo noticias en Manila de la presencia de piratas en el norte de la isla, en las regiones de Cagayán e Ilicos. Estos hechos los llegó a reportar el mismo gobernador Ronquillo por carta al rey Felipe II:
«Los años de ochenta y ochenta y uno han venido a estas islas algunos navíos de corsarios de Japón, que está de aquí cuatrocientas leguas; han causado algún daño a los naturales» (Sola, 1980, p. 20)
Tal como se desprende de lo informado por el gobernador, no parece que hubiera aún gran alarma, siendo que los piratas causaban un daño leve a los nativos. Es en el año 1582 en que llega a ser preocupante la presencia de piratas wako en Filipinas. Ese año llegó a las costas de Cagayán una flota de 27 buques, bajo el mando de un tal Tayzufú, dispuestos a establecer base en la zona. La noticia alarmó al gobernador Ronquillo, quien tomo la decisión de enviar una expedición para expulsar al pirata japonés de Luzón:
«Apenas tuvo esta nueva el Gobernador, conociendo el daño que se seguía de tener tan vecinos a los japones, determinó acudir con tiempo al remedio para echarlos antes que acabasen de fortificarse. Mandó para esto aprestar una fuerte galera, catorce bergantines, y setenta y seis españoles escogidos.» (San Agustín, 1974, p. 541)
La expedición fue todo un éxito. De camino a Cagayán se toparon con un buque de la flota pirata en Cabo de Bojeador y hubo un duro enfrentamiento. Si bien con un certero cañonazo lograron desarbolar la embarcación nipona, los japoneses no se amedrentaron y se lanzaron al abordaje tan pronto tuvieron cerca los buques hispanos:
«Los japones echaron un garfio a la galera y se arrojaron doscientos hombres en ella con picas y coracinas, y quedaron sesenta arcabuceros tirando a nuestra gente; y, en fin, los enemigos rindieron la galera hasta el árbol mayor. Y allí nuestra gente lo hizo tan bien, en la necesidad extrema, que hicieron retirar a los japones hasta su navío» (Sola, 1980, p.21)
Después de este primer encuentro, prosiguieron los hispanos en la búsqueda del resto de la flota wako. Una vez se localizó a los japoneses, que estaban asentados en el río grande de Cagayán, aprovecharon la oscuridad de la noche para desembarcar y preparar una pequeña fortificación cerca de donde se encontraban los piratas:
«Casi sin ser sentidos -por la oscuridad- subieron río arriba y, escogiendo paraje acomodado, saltaron en tierra, se fortificaron y atrincheraron a su gusto con maderos, tierra y céspedes» (San Agustín, 1974, p. 542)
Estuvieron al tanto de este desembarco los piratas, así que poco antes del amanecer emprendieron un furioso ataque, estando al frente del asalto el propio Taizufú. Creían estos estar efectuando un asalto por sorpresa, pero los españoles ya estaban prevenidos y lograron repeler los asaltos y hacer que estos, al cabo de sufrir muchas bajas, huyeran y abandonaran aquellas tierras:
«Acometieron al fortín con valeroso denuedo entendiendo cogerlos descuidados (…) pero no les sucedió como entendieron; porque los españoles estaban muy bien apercibidos, y así se pusieron en buen orden para esperarles. Dieron el asalto al fuerte con tanto valor de ambas partes que ponía espanto; pero como los nuestros estaban atrincherados y podían jugar las armas de fuego, hicieron tanta matanza en los japones que los obligaron a retirarse…» (San Agustín, 1974, pp.542-543)
«Y, después de ésto, entraron los nuestros más de una legua por el río; y los demás navíos estaban escondidos en una ensenada, donde vinieron, otra noche siguiente, a darnos al barco, pensando cogernos a manos por ser ellos mucha cantidad: y no les sucedió así porque los nuestros estaban con cuidado; y los recibieron de suerte que, dentro de una hora, los hicieron retirar.» (Sola, 1980, p. 24)
Esta acción no terminó con la piratería en la región, pues en los años venideros siguieron acudiendo a las costas del norte de Luzón partidas de piratas, pero fueron estas de escasa envergadura y sus actos de escasa importancia, al menos en comparación con lo que podría haber hecho Taizufú y los suyos. El fin de la piratería wako vino más bien dada por hechos ocurridos en el propio Japón, donde Tokugawa Ieyasu, una vez en el poder, tomó medidas para terminar con la piratería y garantizar la seguridad de los comerciantes. A petición del gobernador filipino Francisco Tello, Tokugawa ajustició a más de 50 piratas a sus familiares, hecho que parece que tuvo el efecto deseado, al disminuir los informes sobre ataques wako en la documentación filipina (Solá, 2012, p. 25).
La imagen de los japoneses que se deriva de los combates de Cagayán:
Hemos dicho que el artículo periodístico citado más arriba da una imagen idealizada tanto de los piratas wako, elevándolos a la categoría de samuráis, como de los soldados españoles, cosa que es fácilmente desmentible. ¿Pero, qué dicen las fuentes sobre estos piratas japoneses?
El gobernador Ronquillo escribió:
«Los japones es la gente más belicosa que hay por acá; traen artillería y mucha arcabucería y piquería; usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas…» (Sola, 1980, p.20)
«Porque los chinos y japones no son indios, sino gente tan buena, y mejor, que mucha de la berbería» (Sola, 1980, p.24)
Por su lado, en las crónicas de Gaspar de San Agustín podemos leer:
«Porque los japones hacían mucho daño con sus catanas, que son alfanges de agudos aceros y de mucho golpe, y algunos que se juegan a dos manos, como montantes, que no hay arma que se les pueda igualar (…). Habían experimentado en el combate pasado que los japones heridos se metían por las mismas picas de los españoles hasta alcanzarlos a herir con las catanas, desesperados de la vida y ansiosos de la venganza» (San Agustín, 1974, p. 542)
Tanto Ronquillo, a quien leemos a través de las publicaciones de Emilio Sola, como San Agustín, nos presentan a estos piratas como aguerridos combatientes, al punto de ser peligrosos incluso cuando están seriamente heridos. También podemos ver, tanto en estos textos como en otros anteriormente citados, que estaban bien equipados y daban buen uso a su armamento. Todo esto no les bastó para derrotar a un reducido contingente de aproximadamente 70 soldados españoles, pero bastó para que en Manila se tuviera desde entonces la idea de que los japoneses eran unos combatientes temibles, y convenía no estar a malas con ellos. Muy en mente se debía tener esta experiencia cuando una década después llegaron los emisarios de Hideyoshi, quien había unificado Japón bajo su gobierno, pidiendo obediencia y vasallaje con tono amenazante.
Conclusiones:
Podemos concluir que el episodio aquí tratado supone uno de los hechos más interesantes, y a su vez poco conocido, de los primeros momentos de la presencia hispana en Extremo Oriente y dentro de lo que serían también las relaciones entre la Corona de Castilla y los japoneses. Si bien no se trata ni de un hecho diplomático ni de un enfrentamiento contra autoridades japonesas, pues simplemente fue un choque entre una banda de piratas y tropas españolas, este marcó las relaciones que más tarde se establecerían entre autoridades japonesas y españolas, pues se constató que estos nipones eran un peligro real a tener en cuenta, aún sin necesidad de ser samuráis. Tampoco hay que pasar por alto que parece ser, al menos hasta que alguna fuente demuestre lo contrario, la primera vez en que hay un enfrentamiento serio entre un cuerpo militar occidental y japoneses.
Bibliografía y fuentes básicas:
Folch, Dolors, «Piratas y flotas de china según los testimonios castellanos del siglo XVI» en La investigación sobre Asia-Pacífico en España, Editorial Universidad de Granada, 2006, pp. 267-286.
Gil, Juan, «Hidalgos y Samuráis: España y Japón en los siglos XVI-XVII», Alianza Editorial, Madrid, 1991.
De Morga, Antonio, “Sucesos de las islas Filipinas ”, Edición de Jose Rizal, París, 1890.
San Agustin, Gaspar, “Conquista de las Islas Filipinas (1565-1615)”, C.S.I.C., Madrid, 1974.
Sola, Emilio, “España y Japón, historia de un desencuentro, 1580-1614”, Archivo de la frontera, 2012.
Sola, Emilio, «Libro de las maravillas del oriente lejano», Editorial Nacional, Madrid, 1980.
Webs y diarios digitales:
http://www.abc.es/tecnologia/redes/20130814/abci-armada-espanola-samurais-japoneses-201308140841.html. Última consulta 8-11-2015.
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