Tokugawa Tsunayoshi, el Shogún animalista.

Desde hace unas décadas ha empezado a ganar fuerza un movimiento, bastante generalizado a lo largo y ancho de la tierra, basado en la reivindicación de los derechos y la protección de los animales. Si bien es en la actualidad que se ha generalizado dicho movimiento, podemos encontrar algunos antecedentes sobre la defensa de los animales a lo largo de la historia. En el Japón Tokugawa encontramos uno de estos ejemplos pioneros de leyes y legislaciones en favor de la defensa de los animales.

Entre los siglos XVI y XIX de nuestra era, Japón estuvo dirigida por la familia Tokugawa, que ocupaba el cargo de Shogún. Quien ejercía este puesto gobernaba en nombre del Emperador. El primero de los Shogún del clan Tokugawa, quien al llegar al cargo puso fin a más de un siglo de guerras entre señores feudales japoneses, promulgó leyes para asegurarse que su familia mantendría el gobierno de Japón y que, mediante medidas de regulación y control, no surgieran inestabilidades que pusieran en peligro la hegemonía de su familia y sus descendientes. Este sistema concentraba un gran poder en las manos del Shogún de turno, haciendo muy difícil que encontrara oposición a la hora de gobernar, por impopular que fuese. Este fue el caso del quinto Shogún de este linaje, Tokugawa Tsunayoshi, quien ocupó el cargo entre los años 1680 y 1709.

Hijo del tercer Shogún, fue elegido para suceder a su hermano, quien murió prematuramente. Las fuentes parecen indicar que no fue una elección acertada. En el periodo de su gobierno hubo importantes confiscaciones de tierras y reasignaciones de feudos. Esto podía ser a causa de inestabilidad interna, rivalidades y ajustes de cuentas y, a su vez, podía provocar más inestabilidad y descontento.

Entre los edictos que promulgó Tsunayoshi, algunos de los más impopulares fueron los conocidos como «Edictos de compasión para los seres vivos». Dichos edictos tienen origen en su profunda religiosidad, que le llevó a considerar que su misión era proteger y velar por el bienestar no sólo a los seres humanos sino también el de  todos los seres vivos. Al haber nacido en el año del perro según el horóscopo oriental, los canes salieron especialmente beneficiados por tales edictos. Por esto Tsunayoshi pasó a ser conocido como el «Shogún Perro».

Por sus edictos quedaba prohibida la compra-venta de pájaros vivos, camarones y almejas. A su vez, también prohibían la caza y la pesca a quienes no tuvieran un permiso oficial para ello, y controlaban la posesión de instrumentos para tales fines. En lo que respecta a los perros, las leyes aún eran más prohibitivas. No se podía dañar a ningún can, ni siquiera en autodefensa. Tampoco se les podía forzar a cambiar su rumbo ni evitar que bebieran de una fuente. Estos actos podían acarrear incluso la pena de muerte, como parece ser que llegó a suceder en algunos casos. Al morir un perro, su cadáver sólo podía ser trasladado por el personal autorizado, lo cual implicaba que el cuerpo del can podía estar en la calle más tiempo del que por salubridad sería recomendable. Edo, la capital del shogunato y actual Tokyo, no tardó en llenarse de una ingente cantidad de perros vagabundos. Estos, a su vez, eran importantes focos de infecciones y enfermedades que recorrían libremente las calles de la ciudad, sin que nadie pudiera hacer nada al respecto.

En un intento por solucionar esta sobrepoblación de perros callejeros, Tsunayoshi mandó trasladar cerca de 40000 perros a las afueras de la ciudad (según algunas fuentes, con el tiempo llegaron a 80000) donde serían alojados en unas perreras construidas especialmente para la ocasión. Esta medida tampoco fue popular pese  librar a los impotentes habitantes de la ciudad de los animales vagabundos, pues no dejaba de ser una solución muy cara y a costa del erario público. Al parecer, a los perros allí alojados se los alimentaba con arroz y pescado, hecho que hizo más impopular la medida.

No todos los edictos «de compasión para los seres vivos» hacían referencia a los animales. También hubo otros que regulaban algunas prácticas contrarias a la piedad filial, como el abandono de niños y ancianos enfermos, por lo que se penaban tales actos. También parece ser que ponía coto a los abusos que los samuráis podían llevar a cabo hacia las clases más desfavorecidas, cosa que no sentó precisamente bien a los miembros de la clase guerrera.

Con todo, Tsuneyoshi y su voluntad de proteger a los animales, especialmente los perros, supone un curioso antecedente de los movimientos a favor de los derechos y la protección de los animales. Desgraciadamente para él, el celo con el que intentó proteger a los seres vivos trajo resultados muy poco populares para la sociedad japonesa del momento, lo cual se tradujo en una muy mala imagen de su persona y sus edictos, los cuales fueron suprimidos al morir él.

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Himiko, la mítica reina japonesa

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Cuanto más atrás en el tiempo nos ponemos a buscar, más espesa se vuelve la bruma que envuelve los hechos. Entre la que envuelve el pasado prehistórico de Japón se vislumbra una figura femina. Si bien su existencia no se puede asegurar del todo, es archiconocida entre los nipones: la reina Himiko.

Himiko, representación artística

Representación de la reina Himiko y su corte.

La información que nos ha llegado de esta gobernante japonesa procede de una crónica china, la Historia del reino de Wei. Dentro de este texto encontramos una referencia al archipiélago nipón. Habla de la tierra de Wa, nombre que daban entonces los textos chinos a Japón. Allí, explica el texto, había 40 territorios o clanes que se habían estado enfrentando entre ellos, pero 30 habían sido unificados y estaban dirigidos por una mujer, de nombre Himiko.

De ella no sólo se nos explica que ha logrado unir bajo su gobierno a 30 clanes o territorios, también se nos dice que permanece soltera y asistida en su palacio, del que nunca sale, por un séquito de 1000 doncellas. Además de las doncellas, la crónica china habla de un solo asistente masculino, quien algunos especulan que es su hermano, al cargo de los asuntos de gobierno y de ser el representante de Himiko ante el pueblo.

Al parecer, esta reina logró unificar gran parte de la población de Japón gracias a la magia, si bien no se nos especifica en qué consistía dicha practica. Hoy en día hay quien especula con la posibilidad de que se usaran grandes campanas y espejos de bronce en los rituales del Japón protohistórico, pudiendo guardar relación con la supuesta hechicería de Himiko. De hecho, según la crónica china, el rey chino Cao Rui le envió un centenar de espejos.

Cabe señalar que el nombre de la reina, Himiko, se puede interpretar como «hija del sol», algo muy a tener en cuenta sabiendo la estrecha relación que tiene Japón con ese astro. No sólo en la nomenclatura oficial Nihon, significa «sol naciente» o «origen del sol», sino que, según la mitología japonesa, la familia imperial es descendiente directa de la diosa sol, Amaterasu, que les delegó la dirección del mundo.

Respecto a la localización exacta de su reino, todavía es objeto de disputa, aún con la posibilidad de que Himiko nunca hubiera existido. Los territorios gobernado por ella reciben en la crónica el nombre de Yamatai, pero no se especifica en qué lugar de Japón se encontraba. Esto ha provocado que haya dos posibles localizaciones para este reino:

1-Yamato: Se trata de la región central del Japón. Es dónde surge el embrión político del Japón histórico, pues son sus clanes los que terminan por unificar al resto del archipiélago para formar el estado de Yamato. Los que se decantan por esta opción defienden la similitud entre el nombre del reino de Himiko, Yamatai, y el de la región en cuestión, Yamato. Tampoco hay que desdeñar el peso político que podría haber detrás de esta opción, pues tal como hemos dicho, es el centro del primer estado propiamente dicho japonés, por lo que sería un peso legitimador situar a Himiko en él, pues a su vez esta fue reconocida por la dinastía china Wei como legítima gobernante de Wa.

2-Kyûshû: Se trata de la isla más al sur-oeste de las 4 principales islas que componen Japón. Es un lugar de gran importancia porque es el punto de acceso de las poblaciones procedentes del continente que llevaron la agricultura al Japón. Se han encontrado importantes yacimientos arqueológicos datados correspondientes al periodo del que nos habla la crónica de los Wei. A su vez, es donde según la mitología japonesa desciende el nieto de la diosa solar y el punto de inicio de las conquistas de Jimmu, el primer emperador japonés.

La crónica china nos sitúa a Himiko en el siglo III d.C, por lo tanto en el periodo de la historia japonesa conocido como Yayoi (III a.C-III d.C). Esta época se caracteriza por la llegada al archipiélago japonés de comunidades agrícolas procedentes de Corea, quienes se establecen primero en las islas más al sur y posteriormente, a la par que aumenta su población, van avanzando hacia el este y el norte. A medida que estas comunidades van creciendo y aumentando su producción, van requiriendo una mayor organización y empiezan a surgir figuras encargadas de la dirección y organización de los trabajos y de las comunidades. También va siendo necesario defender la producción ante cualquiera que quisiera echar mano de ella sin permiso, surgiendo así lo que parecen ser estructuras defensivas y guardias o soldados. En este momento, las divinidades y espíritus de la naturaleza ganan importancia ya que, al depender de la producción agraria, las comunidades se vuelven más vulnerables a los fenómenos medioambientales. Surgen así las figuras encargadas de dirigir la religiosidad de la comunidad y aplacar la ira de los espíritus y dioses, así como interpretar sus designios. Todo ello va unido a un aumento de la población, gracias a la agricultura y las mejoras en la producción, que permite a las comunidades empezar a llevar a cabo grandes proyectos, como serían las tumbas Kofûn, que dan nombre al siguiente periodo de la historia nipona.

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Vista de un kofun, la antigua tumba situada en Osaka. Su edificación requirió una gran masa de trabajadores.

 

Es justamente al final de este periodo donde la crónica china sitúa a Himiko. Las principales comunidades han logrado imponerse a las más pequeñas o débiles, conquistándolas y sometiéndolas. A su vez, ha surgido una élite dirigente dentro de los grupos más fuertes, a cuya voluntad disponen de una gran mano de obra, ya sea de trabajadores de su propia comunidad o de las que han logrado conquistar. Podemos deducir que Himiko sería la dirigente de una de los grupos más poderosos.

Así pues, al margen de los debates sobre la existencia de Himiko y su reino, podemos ver que las atribuciones y las características que le da la crónica china encaja bastante bien en el contexto histórico descrito anteriormente:

-Dirige una comunidad grande, que se ha impuesto sobre otras más débiles.

-El hecho de que la crónica explique que dispone de un séquito de 1000 doncellas podemos interpretarlo como que hay una numerosa mano de obra a disposición de la élite dirigente.

-Debido al papel que debían jugar la religión y los rituales en las poblaciones agrícolas niponas, es normal que una figura de poder dentro de las comunidades fuera el/la sacerdote/isa, chaman o mago/a del grupo. Ella ocuparía dicha posición en su comunidad.

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Reconstrucción de un poblado Yayoi en Yoshinogari,  Kyûshû.

Así pues, podemos aventurarnos a especular aún en caso que Himiko fuese una invención del cronista, sí que podría haber habido figuras con atribuciones parecidas dentro de las principales comunidades japonesas de finales del periodo Yayoi. De hecho, incluso la figura de Himiko podría tratarse de una figura alegórica que reuniese las características que los chinos encontraron en Japón: comunidades muy pobladas, con la religión entre uno de sus principales ejes y combatientes entre si de manera que las más fuertes van creciendo absorbiendo las más pequeñas.

Al margen de todas las especulaciones y teorías alrededor de la existencia o no de la reina Himiko y su reino de Yamatai, sí que es cierto que en la actualidad es una de las figuras «históricas» más conocida entre los japoneses. En buena parte de los libros nipones sobre  historia antigua japonesa suele haber alguna mención o representación artística de Himiko.

No deja de ser curioso que se dé tanta importancia en los libros de historia japonesa a un personaje que solo es mencionado en una crónica china y del cual no hay rastro en las crónicas más antiguas japonesas: el Kojiki y el Nihongi.

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Felipe II, señor feudal en Japón

Introducción:

En el estudio de la historia podemos encontrar gran cantidad de anécdotas y curiosidades. Estas, por lo general, suelen caer en el olvido rápidamente al poco de suceder, pues normalmente solemos recordar los grandes hechos, aquellos cuyas consecuencias son más notables o nos afectan más. Así quedan relegados a segundos y terceros planos, cuando no al olvido, todo tipo de hechos, anécdotas y curiosidades. Estas, si bien no tienen en muchos casos grandes consecuencias y por lo tanto no se vuelven demasiado imprescindibles para una explicación lineal de la historia, sí demuestran que la historia no es una simple sucesión de hechos hasta la actualidad, sino que por el camino hay gran cantidad de ramificaciones más o menos largas que terminan cortadas y de las cuales podría haberse desarrollado una historia y unos hechos diferentes a los que finalmente tuvieron lugar.

En esta entrada, se tratará uno de estos hechos que podría haber abierto la puerta a una historia muy diferente a como fue, especialmente si hablamos de las relaciones hispano-japonesas.

Corría la década de 1580. Los castellanos habían establecido ya su posición colonial en Filipinas y desde Manila y el puerto de Cabite se lanzaron a explorar las aguas y tierras cercanas en búsqueda de comercio, tierras que conquistar y nuevos horizontes donde predicar el catolicismo. Por su lado, los portugueses llevaban ya décadas por esas aguas, y desde Macao comerciaban con China y distintos señoríos japoneses, en especial los de la isla de Kyushu, la cual es la más sureña de las 4 grandes islas que componen el archipiélago de Japón.

Hay que remarcar el hecho de que justamente en el año 1580 Felipe II había logrado la unificación de los reinos peninsulares bajo su persona, lo que implicaba que también mandaba sobre los portugueses. Aunque pudiera parecer extraño a nuestros ojos, no llevó a cabo una unificación administrativa, de manera que el reino de Portugal y sus colonias siguieron funcionando de forma separada e independiente respecto a las posesiones castellanas. Esto se manifiesta en el manteniendo sus tradicionales rivalidades. También es verdad que algunas colonias portuguesas, como Macao, se negaron siempre a reconocer la autoridad de los reyes castellanos.

A la rivalidad existente entre los súbditos portugueses e hispanos de Felipe II debemos añadir también las rivalidades entre ordenes religiosas. Los portugueses fueron los primeros en explorar y establecer colonias y comercio en Extremo Oriente. Los reyes de Portugal dieron a los Jesuitas el monopolio de la predicación allí donde se establecían, y si estos además lograban permisos para predicar en reinos y territorios no controlados por los portugueses, como es el caso de Japón, se aseguraban que no llegaran allí predicadores de otras ordenes. En 1583, el jesuita Alessandro Valignano así lo manifestó:

«Con todo eso, ni está Japón dispuesto para que vayan a él otras religiones, ni conviene en ninguna manera que vayan…» (Valignano, 1583, p.143)

Si bien esto fue respetado por los portugueses, los castellanos no hicieron demasiado caso a las protestas de los lusos y los jesuitas; a su vez, los franciscanos y dominicos tenían mucho interés en ir a Japón. En el año 1585, el papado emitió una bula que prohibía que miembros de ordenes religiosas que no fuesen la Compañía de Jesús ir a Japón. Felipe II podría haber ignorado dicha bula, pero queriendo apaciguar los ánimos de sus súbditos portugueses decidió respetarla, al menos en un principio. A pesar de ello, fueron muchos los casos en que religiosos no jesuitas que llegaron Japón mientras duró la prohibición, dado que eran empleados, al menos de manera oficial, como dignatarios y no predicadores Son ejemplo de esto el dominico Juan Cobo, enviado a Japón en 1592 y el franciscano Pedro Baptista, sucesor de Cobo como embajador en Japón.

 

El vasallaje de Hirado:

Otro de estos casos de religiosos no jesuitas que llegaron tempranamente a Japón fue el prior y vicario de los agustinos, fray Francisco Manrique. En el año 1584 partió de Manila en dirección a Macao. Quiso el destino, con ayuda del mal tiempo, que terminara haciendo una escala en el pequeño reino japonés de Hirado, territorio situado en la parte norte de Kyushu. De su estancia allí informa él mismo en una carta dirigida a Felipe II en la que describe brevemente Japón, sus gentes y economía, la cual reproducen tanto Juan Gil (Gil, 1991, pp. 28-30) como Emilio Sola (Sola, 1980, pp. 30-33) en sus libros. Es la última parte de dicha carta la que nos interesa:

«…El Rey de Hirado se hizo vasallo de Vuestra Magestad, como tengo ya escrito; está esperando a ver alguna letra de Vuestra Magestad en su favor; entiendo que hará cualquier cosa que Vuestra Magestad le mande…»

Lo que dice Manrique es bien claro: el señor feudal de Hirado, el pequeño territorio japonés, se pone, al menos de palabra, a las ordenes de Felipe II. Al imperio en el que no se ponía el sol, se sumaban ahora tierras del sol naciente. Esto podía quedar en una trampita de Manrique para atraer la atención del monarca hispano, ya que en la misma carta hace referencia a los beneficios de mandar allí a predicadores agustinos. Lo cierto es que algo de veraz debía de haber en las palabras de Manrique. En los años siguientes a la estancia de Manrique, parece que hubo un fuerte interés por parte del señor de Hirado por tener buen trato con los hispanos. Así lo manifiesta Santiago de Vera, gobernador en funciones de Filipinas, en algunas cartas enviadas a Felipe II:

«Y me envió {El rey de Hirado} por presente una lanza y un morrión, y dos piecezuelas de sedilla, de que ellos se visten, y tres abanillos que, aunque no tienen valor, por ser de aquel reino lo envío a Vuestra Magestad.» (Sola, 1980, p. 36)

«El año pasado vino un navío de Japón con embajada del rey de Hirado. Pide frailes descalzos, y dice que aquel año se hizo un hermano suyo cristiano, y en yendo los frailes lo será él» (Sola, 1980, p. 37)

A todas luces, está claro que hay un fuerte interés por parte del señor de Hirado por tener buen trato con los hispanos, al punto de enviar presentes al gobernador de Filipinas. Tenemos que tener en cuenta que el envío de presentes era algo habitual de los vasallos a sus señores, al menos en Extremo Oriente, y que a su vez el señor respondía con algún presente o carta de confirmación, tanto del vinculo como de la potestad del vasallo sobre los territorios controlados. Esto puede darnos a entender que efectivamente dicho señor japonés está solicitando ser vasallo de Felipe II tal como escribió Manrique. Emilio Sola incluso nos informa de que otra embajada del señor de Hirado venía a pedir alianza y socorro mutuo entre Felipe II y él (Sola, 2012, p.28).

¿Pero a qué puede deberse semejante hecho? ¿Realmente tenía interés en servir a Felipe II este señor feudal japonés? Pues es posible que no. Llegados a este punto, pondremos nombre al referido señor japonés. Se trata de Matsura Shigenobu. Su reíno, Hirado, había sido uno de los primeros en admitir la predicación de los jesuitas cuando aún gobernaba su padre, Matsura Takanobu, quien había intuido que con los jesuitas también vendría el comercio portugués. No se equivocaba Takanobu, pero no pudo prever que esto también podía acarrear problemas e inestabilidad interna. Efectivamente, hubo incidentes que terminaron con algún comerciante portugués muerto y un fracasado intento de capturar una nao portuguesa por parte de los japoneses. Takanobu, con sus actos, había ahuyentado el comercio portugués, el cual era de gran ayuda para aquellos señoríos que tenían la suerte de recibir a los buques mercantes lusos. En el año 1568 abdicó en favor a su hijo Shigenobu, el mismo que vemos rendir pleitesía a Felipe II. Este se debió percatar de la clara desventaja que suponía el no poder comerciar con los portugueses, cosa que sí hacían los señores feudales vecinos y potenciales rivales territoriales. Sobretodo se pudo palpar esto en el momento en que se establece Nagasaki como puerto administrado por los jesuitas en 1571. Dado que los propios portugueses, visto los antecedentes, no debían tener mucho interés en volver a Hirado, la presencia de una nueva potencia europea, España, debió ser vista por Shigenobu como la oportunidad de volver a tener comercio con Europa y reducir su desventaja frente a otros señores feudales vecinos.

Esto explicaría el fuerte interés en tener un buen trato con España, al punto de simular un vasallaje que quizás no debía ser tan real como Manrique quería suponer. Shigenobu debía pretender con esta maniobra política atraer la atención y el comercio de los españoles en pos de mejorar su situación frente a sus rivales y vecinos.

Real o no, este pretendido vasallaje no duró mucho. Shigenobu pronto tuvo que arrodillarse frente a un señor mucho más cercano y, por lo tanto, más peligroso a corto plazo: Toyotomi Hideyoshi. En el año 1586, los ejércitos de Hideyoshi desembarcaron en Kyushu y la sometieron a la voluntad de quien terminaría por reunificar Japón bajo su mandato. Cuando Hideyoshi envió en el año 1592 una embajada a Filipinas solicitando lealtad y vasallaje a su gobernador, llegó junto a su misiva otra de Shigenobu, recomendando hacer caso al nuevo señor de Japón, hecho que constata el vasallaje del señor de Hirado a Hideyoshi. Con todo, sigue insistiendo en mantener el comercio entre Filipinas y su reino.

 

Conclusiones:

Como se ha dicho anteriormente, el hecho aquí tratado resulta una curiosa anécdota. Fuese real o una simulación, podía Felipe II, aunque fuese solo de palabra y por un corto plazo de tiempo, sumar a sus numerosísimos territorios un pequeño reino nipón. El efecto real de esta maniobra política de Shigenobu fue el establecimiento de un incipiente intercambio comercial entre Japón y Filipinas, tal como constatan informes que hablan de la llegada de mercaderes de Hirado a Manila. Los hechos posteriores quisieron que todo quedara en una anécdota y que no tuviera un efecto mayor en el devenir de la historia. Pero ¿Y si ese vasallaje hubiera sido real y efectivo, podría haber aprovechado Felipe II para adquirir más territorios en el archipiélago nipón hasta someterlo todo? ¿Podría haber evitado que su nuevo vasallo cayera en manos de Hideyoshi, y de alguna manera deponer al unificador de Japón? Son casi infinitas las posibles historias que podría haberse desarrollado de tan anecdótico hecho, pero como se suele decir, eso ya es otra historia-ficción.

 

Bibliografía y fuentes básicas:

Gil, Juan, «Hidalgos y samurais: España y Japón en los siglos XVI y XVII», Alianza Universal, Madrid, 1991.

Takizawa, Osami, «La historia de los jesuitas en Japón (siglos XVI-XVII)», Universidad de Alcalá, Alcalá de Henares, 2010.

Sola, Emilio, «Libro de las Maravillas del Oriente Lejano», Editorial Nacional, Madrid, 1980.

Sola, Emilio, «España y Japón, historia de un desencuentro, 1580-1614», Archivo de la frontera, 2012.

Valignano, Alessandro, «Sumario de las cosas de Japón (1583)», editado por José Luis Alvarez-Taladriz, Universidad Sophia de Tokyo, 1954.

 

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Piratas del Oriente Lejano. Los wako y los combates de Cagayán.

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Introducción:

Cuando se habla de piratas, por lo general la idea que se nos viene a todos a la mente es un hombre despiadado, de origen caucásico, a veces tuerto, o manco, o cojo, o todo a la vez, embarcado en un galeón, y atacando buques mercantes o enclaves caribeños. O en su defecto visualizamos a Jonny Deep con un peinado sobrecargado y andando como si llevara unas copas de más. En definitiva, piratas al estilo caribeño.

Pero la piratería es mucho más antigua y extensa. En el mediterráneo, tanto los fenicios, como los masaliotas o los cartagineses sufrieron el azote de la piratería. De hecho donde podía haber importantes rutas y puestos comerciales, era más que probable que aparecieran piratas.

Extremo Oriente no podía ser menos. En las costas de China, Corea y los distintos archipiélagos surgieron desde tiempos antiguos importantes enclaves comerciales y, a la par, rutas para unir dichos enclaves por mar. Como es de esperar, también aparecieron los piratas dispuestos a sacar tajada del negocio.

En estas costas podemos encontrar distintos tipos de piratas: chinos, filipinos, del sud-este asiático, etc. Entre ellos destacan los piratas wako, quienes sembraron el terror en las costas coreanas y chinas, principalmente.

La palabra wako, y su versión en coreano, waeko, se pueden traducir como bandidos de Japón, o como bandidos de oriente (Turnbull, 2007, p. 4). Si bien se usaba para referirse a los piratas procedentes de Japón, con el tiempo estas bandas wako incorporaran miembros de distintas procedencias, como chinos e incluso, parece ser, portugueses. En las primeras referencias a la piratería wako sí que se refería expresamente a japoneses, concretamente de las islas de Tsushima, pero más tarde haría referencia a piratas de gran cantidad de regiones. Algunos de ellos incluso establecían su base en Japón sin ser japoneses.

Durante el tiempo que duró el fenómeno wako hubo varias oleadas importantes de asaltos a las costas coreanas y chinas. Estas además coinciden con periodos de inestabilidad interna en Japón y la falta de poderes centrales, lo cual provocaba que en las zonas costeras pudieran surgir grupos de piratas o incluso que un pequeño señor de la región diera cobijo y tuviera trato con estas bandas de asaltantes.

Las consecuencias de estos ataques fueron variadas. En algunos casos los asaltantes tenían gran éxito y las autoridades coreanas o chinas (las principales regiones victimas de los ataques piratas) no podían hacer gran cosa. En otras ocasiones se producía una contundente respuesta que no solo implicaba el rechazo a los asaltantes, sino que también llegaba al punto de producirse un ataque directo a las bases de estos piratas. Ejemplo de esto sería la invasión Oei, de 1419, en que los coreanos atacaron Tsushima para poner fin a los ataques wako (Turnbull, 2007, p. 13). Tampoco se puede pasar por alto que a raíz de la piratería, las autoridades chinas llegaron a prohibir el comercio entre China y Japón en el año 1480 (Cabezas, 1995, p. 22). Este hecho sería muy bien aprovechado posteriormente por los portugueses.

Españoles contra Samuráis?

Recientemente el periódico ABC publicó un articulo titulado «El día que la Armada española derrotó a los samuráis japoneses» (http://www.abc.es/tecnologia/redes/20130814/abci-armada-espanola-samurais-japoneses-201308140841.html). Dicho artículo se puede resumir en cómo los marinos españoles derrotaron a los míticos samuráis en Cagayán, al punto de que los japoneses empezaron a considerar a los navegantes españoles como seres mágicos mitad pez mitad lagarto. En todo el articulo solo hay una referencia de dónde pueden haber sacado la información de este, como ellos tildan, desconocido suceso. 

Este artículo no parece hacer mucho caso ni a las fuentes primarias ni al hecho de que ningún historiador español actual haya tratado el tema. En ningún caso las fuentes se refieren a estos piratas japoneses como samuráis, en todo caso se los llama corsarios. Deducir que todo guerrero de origen japonés era uno de esos casi sobrehumanos samuráis, es un craso error. Lo cierto es que sí es posible que entre los miembros de las expediciones wako pudiera haber presencia de algún samurái de verdad, o ronins, pero la situación interna del país, sumido en crueles guerras entre pequeños señores durante aproximadamente un siglo, hizo que Japón fuese una región poco segura donde era fácil perderlo todo, y como suele pasar en estos casos, mucha gente se daba al vandalismo y la piratería para sobrevivir o hacer fortuna. Tampoco hay que olvidar que por entonces los integrantes de las bandas de piratas wako no eran, en su mayoría, exclusivamente japoneses. Podía haber integrantes de la banda de distintas procedencias intentando hacer fortuna o huir de un destino poco agradable formando estas bandas y flotas piratas.

Los combates de Cagayán:

En el último tercio del siglo XVI, momento en que se establece la presencia de los españoles en Extremo Oriente, la piratería por esa región empezó a decaer debido a las nuevas políticas chinas y a los cambios que estaba experimentando Japón (Folch, 2006, p.268). Con todo, aún era posible encontrar grandes flotas piratas operando en la región. Un ejemplo sería el ataque del pirata chino Limahon a Manila en el año 1574, quien puso en serio aprieto a los españoles y casi tomó la ciudad.

Ya en los primeros años de la década de 1580, pocos años después de establecerse los hispanos en Luzón, hubo noticias en Manila de la presencia de piratas en el norte de la isla, en las regiones de Cagayán e Ilicos. Estos hechos los llegó a reportar el mismo gobernador Ronquillo por carta al rey Felipe II:

«Los años de ochenta y ochenta y uno han venido a estas islas algunos navíos de corsarios de Japón, que está de aquí cuatrocientas leguas; han causado algún daño a los naturales» (Sola, 1980, p. 20)

Tal como se desprende de lo informado por el gobernador, no parece que hubiera aún gran alarma, siendo que los piratas causaban un daño leve a los nativos. Es en el año 1582 en que llega a ser preocupante la presencia de piratas wako en Filipinas. Ese año llegó a las costas de Cagayán una flota de 27 buques, bajo el mando de un tal Tayzufú, dispuestos a establecer base en la zona. La noticia alarmó al gobernador Ronquillo, quien tomo la decisión de enviar una expedición para expulsar al pirata japonés de Luzón:

«Apenas tuvo esta nueva el Gobernador, conociendo el daño que se seguía de tener tan vecinos a los japones, determinó acudir con tiempo al remedio para echarlos antes que acabasen de fortificarse. Mandó para esto aprestar una fuerte galera, catorce bergantines, y setenta y seis españoles escogidos.» (San Agustín, 1974, p. 541)

La expedición fue todo un éxito. De camino a Cagayán se toparon con un buque de la flota pirata en Cabo de Bojeador y hubo un duro enfrentamiento. Si bien con un certero cañonazo lograron desarbolar la embarcación nipona, los japoneses no se amedrentaron y se lanzaron al abordaje tan pronto tuvieron cerca los buques hispanos:

«Los japones echaron un garfio a la galera y se arrojaron doscientos hombres en ella con picas y coracinas, y quedaron sesenta arcabuceros tirando a nuestra gente; y, en fin, los enemigos rindieron la galera hasta el árbol mayor. Y allí nuestra gente lo hizo tan bien, en la necesidad extrema, que hicieron retirar a los japones hasta su navío» (Sola, 1980, p.21)

Después de este primer encuentro, prosiguieron los hispanos en la búsqueda del resto de la flota wako. Una vez se localizó a los japoneses, que estaban asentados en el río grande de Cagayán, aprovecharon la oscuridad de la noche para desembarcar y preparar una pequeña fortificación cerca de donde se encontraban los piratas:

«Casi sin ser sentidos -por la oscuridad- subieron río arriba y, escogiendo paraje acomodado, saltaron en tierra, se fortificaron y atrincheraron a su gusto con maderos, tierra y céspedes» (San Agustín, 1974, p. 542)

Estuvieron al tanto de este desembarco los piratas, así que poco antes del amanecer emprendieron un furioso ataque, estando al frente del asalto el propio Taizufú. Creían estos estar efectuando un asalto por sorpresa, pero los españoles ya estaban prevenidos y lograron repeler los asaltos y hacer que estos, al cabo de sufrir muchas bajas, huyeran y abandonaran aquellas tierras:

«Acometieron al fortín con valeroso denuedo entendiendo cogerlos descuidados (…) pero no les sucedió como entendieron; porque los españoles estaban muy bien apercibidos, y así se pusieron en buen orden para esperarles. Dieron el asalto al fuerte con tanto valor de ambas partes que ponía espanto; pero como los nuestros estaban atrincherados y podían jugar las armas de fuego, hicieron tanta matanza en los japones que los obligaron a retirarse…» (San Agustín, 1974, pp.542-543)

«Y, después de ésto, entraron los nuestros más de una legua por el río; y los demás navíos estaban escondidos en una ensenada, donde vinieron, otra noche siguiente, a darnos al barco, pensando cogernos a manos por ser ellos mucha cantidad: y no les sucedió así porque los nuestros estaban con cuidado; y los recibieron de suerte que, dentro de una hora, los hicieron retirar.» (Sola, 1980, p. 24)

Esta acción no terminó con la piratería en la región, pues en los años venideros siguieron acudiendo a las costas del norte de Luzón partidas de piratas, pero fueron estas de escasa envergadura y sus actos de escasa importancia, al menos en comparación con lo que podría haber hecho Taizufú y los suyos. El fin de la piratería wako vino más bien dada por hechos ocurridos en el propio Japón, donde Tokugawa Ieyasu, una vez en el poder, tomó medidas para terminar con la piratería y garantizar la seguridad de los comerciantes. A petición del gobernador filipino Francisco Tello, Tokugawa ajustició a más de 50 piratas a sus familiares, hecho que parece que tuvo el efecto deseado, al disminuir los informes sobre ataques wako en la documentación filipina (Solá, 2012, p. 25).

La imagen de los japoneses que se deriva de los combates de Cagayán:

Hemos dicho que el artículo periodístico citado más arriba da una imagen idealizada tanto de los piratas wako, elevándolos a la categoría de samuráis, como de los soldados españoles, cosa que es fácilmente desmentible. ¿Pero, qué dicen las fuentes sobre estos piratas japoneses?

El gobernador Ronquillo escribió:

«Los japones es la gente más belicosa que hay por acá; traen artillería y mucha arcabucería y piquería; usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas…» (Sola, 1980, p.20)

«Porque los chinos y japones no son indios, sino gente tan buena, y mejor, que mucha de la berbería» (Sola, 1980, p.24)

Por su lado, en las crónicas de Gaspar de San Agustín podemos leer:

«Porque los japones hacían mucho daño con sus catanas, que son alfanges de agudos aceros y de mucho golpe, y algunos que se juegan a dos manos, como montantes, que no hay arma que se les pueda igualar (…). Habían experimentado en el combate pasado que los japones heridos se metían por las mismas picas de los españoles hasta alcanzarlos a herir con las catanas, desesperados de la vida y ansiosos de la venganza» (San Agustín, 1974, p. 542)

Tanto Ronquillo, a quien leemos a través de las publicaciones de Emilio Sola, como San Agustín, nos presentan a estos piratas como aguerridos combatientes, al punto de ser peligrosos incluso cuando están seriamente heridos. También podemos ver, tanto en estos textos como en otros anteriormente citados, que estaban bien equipados y daban buen uso a su armamento. Todo esto no les bastó para derrotar a un reducido contingente de aproximadamente 70 soldados españoles, pero bastó para que en Manila se tuviera desde entonces la idea de que los japoneses eran unos combatientes temibles, y convenía no estar a malas con ellos. Muy en mente se debía tener esta experiencia cuando una década después llegaron los emisarios de Hideyoshi, quien había unificado Japón bajo su gobierno, pidiendo obediencia y vasallaje con tono amenazante.

Conclusiones:

Podemos concluir que el episodio aquí tratado supone uno de los hechos más interesantes, y a su vez poco conocido, de los primeros momentos de la presencia hispana en Extremo Oriente y dentro de lo que serían también las relaciones entre la Corona de Castilla y los japoneses. Si bien no se trata ni de un hecho diplomático ni de un enfrentamiento contra autoridades japonesas, pues simplemente fue un choque entre una banda de piratas y tropas españolas, este marcó las relaciones que más tarde se establecerían entre autoridades japonesas y españolas, pues se constató que estos nipones eran un peligro real a tener en cuenta, aún sin necesidad de ser samuráis. Tampoco hay que pasar por alto que parece ser, al menos hasta que alguna fuente demuestre lo contrario, la primera vez en que hay un enfrentamiento serio entre un cuerpo militar occidental y japoneses.

Bibliografía y fuentes básicas:

Folch, Dolors, «Piratas y flotas de china según los testimonios castellanos del siglo XVI» en La investigación sobre Asia-Pacífico en España, Editorial Universidad de Granada, 2006, pp. 267-286.

Gil, Juan, «Hidalgos y Samuráis: España y Japón en los siglos XVI-XVII», Alianza Editorial, Madrid, 1991.

De Morga, Antonio, “Sucesos de las islas Filipinas ”, Edición de Jose Rizal, París, 1890.

San Agustin, Gaspar, “Conquista de las Islas Filipinas (1565-1615)”, C.S.I.C., Madrid, 1974.

Sola, Emilio, “España y Japón, historia de un desencuentro, 1580-1614”, Archivo de la frontera, 2012.

Sola, Emilio, «Libro de las maravillas del oriente lejano», Editorial Nacional, Madrid, 1980.

Webs y diarios digitales:

http://www.abc.es/tecnologia/redes/20130814/abci-armada-espanola-samurais-japoneses-201308140841.html. Última consulta 8-11-2015.

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Los japoneses de Manila y la revuelta de los sangleyes.

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Introducción:

A principios del mes de octubre de 1603 sucedió en Manila, principal ciudad hispana en Extremo Oriente, la que se conoce como revuelta de los sangleyes (chinos asentados en Filipinas) de 1603. Dicha revuelta duró apenas unos días pero supone un buen ejemplo de la dependencia que experimentaron los españoles con respecto a los asiáticos de distintas procedencia para poder mantener la más distante de sus colonias. Entre dichos asiáticos no podían faltar los japoneses, que atraídos por la posibilidad de hacer negocio, se asentaban en Manila y alrededores.

Contexto: 

Corría el año 1571 cuando Miguel López de Legazpi fundó Manila. La isla de Luzón, en la que se haya dicha ciudad, no era rica en minerales preciosos como el oro y la plata, apenas poseía especias, y no disponía de una población suficiente o tierras bien preparadas para establecer grandes plantaciones y/o un productivo régimen de encomiendas como el que se practicaba en América. Si Legazpi escogió fundar Manila en dicha isla es por pura estrategia. Manila se fundó sobre los cimientos de un enclave comercial ya existente del cual los españoles expulsaron a sus señores. Este lugar venía siendo desde hacía un tiempo un punto de encuentro de comerciantes de gran parte de Extremo Oriente. Allí se reunían a comerciar mercaderes chinos, japoneses, de otras islas del archipiélago filipino, etc. Legazpi vio que si bien no había muchos recursos naturales ni población para explotar, establecerse en Luzón tenía la ventaja de tomar un punto clave en el comercio regional, lo cual podía acarrear bastantes beneficios.

No tardó Manila en prosperar y en contar con una importante población de procedencia variada. La administración de la ciudad era eminentemente hispana, también lo era gran parte del clero y la guarnición. Por contra, buena parte de los mercaderes que allí se establecían o venían a hacer negocios eran nativos de la isla, chinos, y japoneses. De mismas procedencias eran buena parte de los trabajadores de la ciudad.

Los hechos:

La revuelta de los sangleyes se inició durante la noche del 3 de Octubre de 1603. En ese momento se congregaron muchos de los sangleyes que había en Manila y alrededores. Aunque los revoltosos tenían previsto levantarse en armas en noviembre, fueron descubiertos, y por ello avanzaron sus planes. El punto en que empezaron a reunirse fue a media legua de Manila, desde donde pretenderían luego entrar en la ciudad y adueñarse de ella. Un primer intento de derrotar a los sublevados terminó en desastre. Un contingente de 130 españoles fue enviado a reprimir la revuelta pero fueron rodeados y masacrados. Acto seguido, y animados por este éxito, los sangleyes se lanzaron a la toma de Manila. A pesar de esta victoria inicial, los intentos de los sublevados, cuya cifra podía llegar a la de 25000 hombres (San Agustín, p: 709), de tomar la zona fortificada de la ciudad fueron repelidos, y al ver que a su vez llegaban refuerzos hispanos. Viendo que su situación empeoraba, se retiraron hacia algunos pueblos cercanos a la ciudad, donde se fortificaron. En este punto se giran las tornas, y son los hispanos y sus aliados los que salen al encuentro de estos núcleos de sangleyes sublevados. Los combates y la represión se alargarán hasta el 14 de noviembre, momento en que la practica totalidad de los sublevados había sido masacrada o aprisionada.

El papel de los japoneses durante la revuelta de los sangleyes:

Los principales cronistas de la época se refieren todos a la participación de japoneses en la defensa de Manila y las posesiones hispanas, junto a los nativos de la isla. El posicionamiento tanto de los japoneses como de los nativos fue clave para defender la posesión hispana frente a los sublevados sangleyes. Hay que tener en cuenta que la guarnición española era escasa, rondando los 600 hispanos capaces de combatir al iniciarse la revuelta (Morga, p: 228). La cantidad podría ser otra, teniendo en cuenta los soldados que se van contando en distintas acciones según cada autor, pues hay algunas diferencias. También hay que tener en cuenta que a medida que se desarrollan los hechos los defensores recibieron refuerzos procedentes de los enclaves cercanos.

El posicionamiento de los japoneses que había en Manila parece claro desde el mismo momento que se sospechó de la posible revuelta. Así lo manifiesta el siguiente texto:

«Los japones, ufanos de la confianza que de ellos se hacía, y de que el tiempo los copasen pelear contra su enemigo (los chinos, o sangleyes), respondieron que estaban prestos para morir con los españoles» (Argensola, p: 316)

Las primeras intervenciones de los japoneses de las que se tiene constancia en la revuelta parece suceder durante los asaltos de los sublevados contra los muros de Manila. Argensola afirma que durante los intentos de tomar la ciudad por parte de los sangleyes, algunos japoneses se escabullían fuera de los muros para causar bajas a los asaltantes:

«Salieron a pelear con los Sangleyes algunos japones y filipinos, con buen suceso, por que mataron muchos, particularmente los heridos de los arcabuces y tiros de bronce desde la muralla» (Argensola, p: 328)

Distintos autores afirman que el día 6 de octubre el capitán Gallinato practicó una salida con soldados españoles, algunos japoneses y nativos, pero que fueron obligados a retroceder de nuevo a intramuros por el número e arrojo del enemigo:

«Pues el Capitán Gallinato, con quinientos españoles y algunos japones, se puso a la vista de los sangleyes junto al pueblo de Dilao, y aunque le salieron al encuentro más de cuatro mil, se hallaron obligados a retirarse con alguna pérdida» (San Agustín, pp: 711-712)

«Juan Xuarez Gallinato, con algunos soldados y una tropa de japones, salío por la puerta de Dialo ha los Sangleyes, llegaron hasta la iglesia, y revolviendo sobre ellos los Sangleyes, se desordenaron los Japones, y fueron causa, que todos se retirasen y volviesen ha ampararse de las murallas, siguiéndolos hasta allí los Sangleyes» (Morga, p:226)

En ninguno de los casos se especifica el número de japoneses que toman parte en dicha acción. Este número no debía ser escaso en comparación con el de españoles si, según dice Morga, al quedar desordenados e indispuestos para hacer frente al enemigo toda la acción queda comprometida.

Una vez fueron repelidos los asaltos sangleyes y habiéndose retirado estos hacia algunos pueblos y fuertes cercanos a Manila, salió de dicha ciudad, a fecha de 20 de octubre, un contingente bajo mando de Cristóbal de Azcueta Menchaca, el cual se encargaría de perseguir y terminar con los sangleyes sublevados:

«…Cristóbal de Azcueta Menchaca, para que buscase al enemigo, y lo acabase. Salió con doscientos españoles, soldados y aventureros, trescientos japones, mil y quinientos indios, pampangos y tangalos, ha veinte de octubre, y diose tan buena maña, que con poca o ninguna perdida de su gente halló a los Sangleyes fortificados en San Pablo y en Batanga, y peleando con ellos, los mató y degolló a todos, sin que ninguno escapase…» (Morga, p: 228)

«Salio en busca del enemigo el sargento mayor Azcueta con doscientos veinte hombres arcabuceros españoles y cuatrocientos japoneses y dos mil indios pampangos, de ellos 1500 arcabuceros y mosqueteros y los demás de lanza, espada y flecha, y otros doscientos moros y trescientos negros» (Rodriguez Maldonado, p: 3)

Dicha expedición, tal como dice Morga, fue suficiente para terminar con la revuelta. Como se puede atestiguar en los dos fragmentos, los autores difieren sobre la cantidad exacta de los contingentes. Lo que esta claro es que dejando de lado los nativos de la isla, el contingente más numeroso es el de los japoneses, de lo que podemos deducir que su papel fue clave para solventar la revuelta. De sus acciones a favor de las autoridades coloniales, los japoneses sacaron buena tajada y recompensa al permitírseles quedarse con parte del botín:

«De todas las riquezas que hubo en el saco gozaron los japoneses y pampangos, que fue mucho, por ser lo más oro, plata, reales y perlas» (Rodriguez Maldonado, p: 4)

Sobre las bajas sufridas por ambos bandos en los hechos aquí tratados no hay mucha información. Los autores de las crónicas concluyen que casi la totalidad de los sangleyes sublevados fueron masacrados, excepto un pequeño contingente que fue enviado a galeras. Argensola se aventura a afirmar que fueron más de veintitrés mil los sangleyes muertos (Argensola, p: 333). Por contra, las bajas en el bando hispano son mucho más reducidas según las fuentes. Solamente el primer combate, que fue perdido por los españoles, supone un número relativamente elevado de bajas dentro de lo que podemos encontrar en los textos. Sea verdad o sea con afán de reducir las bajas, los distintos autores llegan a dar un número de muertos y heridos realmente escaso:

«…Se vino retirándose el Sargento Mayor (Azcueta) con su campo sin perder hombres sino fueron 12 indios y un japon y 17 españoles heridos…» (Rodriguez Maldonado, p: 3)

«Murieron de los nuestros en estas dos batallas, ocho naturales, seis japones. No murió ningún español, aunque hubo muchos heridos» (Argensola, p: 333)

Por último se ha de resaltar la insistencia en la imagen cruel y sanguinaria que da de los japoneses:

«…y a día siguiente perecieron los que escaparon a manos de los japones y pampangos, cuyo furor no pudieron refrenar nuestros cabos» (San Agustín, p: 712)

«Aunque el gobernador deseaba muchos [prisioneros] para las galeras. Pero los japones y los naturales son tan carniceros que ni esta orden, ni la severidad del capitán Azcueta, ni de los demás capitanes, los pudo refrenar» (Argensola, p: 332)

«Los japones reconocieron el fuerte. Hallaron en el hasta doscientas chinas, heridos y enfermos. Degollaronlos y salvando gran copia de bastimentos, abrasaron el fuerte.» (Argensola, p:323)

Estos no fueron los únicos textos, ni hechos, en que se resalta la crueldad y el sadismo de los nipones. Esto provocó que la imagen que se pudo construir de los japoneses en los siglos XVI y XVII fuese la de guerreros aguerridos pero muy dados a actuar de manera cruel y sin compasión, casi con gusto por la sangre.

Conclusiones: 

Durante la primera oleada de colonialismo europeo en Extremo Oriente los colonos tuvieron que echar mano de los habitantes de la región para poder sostener sus enclaves y su autoridad. Claro ejemplo es el expuesto aquí, pues de no haber contado con aliados como los japoneses, las autoridades coloniales hispanas posiblemente hubieran sucumbido ante el abrumador número de sangleyes sublevados. Por suerte para ellos, la enemistad o simplemente la falta de colaboración entre los distintos colectivos presentes en la colonia hacía posible que si uno de los grupos decidía intentar una sublevación, los demás se pusieran del lado de las autoridades coloniales. Esto se puede deber a que el avance tecnológico europeo aún no permitía que contingentes escasos pudieran hacer frente a grupos de enemigos numéricamente muy superiores, como sí sucederá siglos más adelante.

La importancia que tuvo la comunidad japonesa en la revuelta de los sangleyes de 1603 queda atestiguada en los textos que nos hablan de dicha sublevación. Esto se puede percibir en el hecho de que todos los autores resaltan la participación de los japoneses, mientras que de los otros colectivos suelen ser menos específicos al hablar de sus acciones, o incluso hay autores que los omiten. A esto hay que sumar también la fama de buenos guerreros de la que gozaban los japoneses entre las autoridades hispanas, ya desde los combates de Cagayán, en que las fuerzas coloniales combatieron a algunos japoneses, en el año 1582.

En resumidas cuentas, la presencia japonesa en Manila era de gran importancia, no solo por el comercio, sino también por el apoyo que llegaron a brindar a los españoles en distintas acciones y hechos como el aquí tratado.

Bibliografía básica y fuentes:

De Morga, Antonio, “Sucesos de las islas Filipinas ”, Edición de Jose Rizal, París, 1890.

Leonardo de Argensola, Bartolome, «Conquista de las Islas Malucas», Madrid, 1609.

Ollé, Manel, “A Inserção das Filipinas na Ásia Oriental (1565-1593)”, review of culture, Nº7, 2003, págs. 7-22.

Rodriguez Maldonado, Miguel, «Relación verdadera del levantamiento de los Sangleyes en las Filipinas, y el milagroso castigo de su rebelión: con otros sucessos de aquellas Islas: Escripta a estos Reynos por un soldado que se hallo en ellas.», Sevilla, 1606.

San Agustin, Gaspar, «Conquista de las Islas Filipinas (1565-1615)», C.S.I.C., Madrid, 1974.

Sola, Emilio, “España y Japón, historia de un desencuentro, 1580-1614”, Archivo de la frontera, 2012.

Takizawa, Osami, “La historia de los Jesuitas en Japón (siglos XVI-XVII)”, Universidad de Alcalá, Alcalá de Henares, 2010.

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